Mi inolvidable viaje a Egipto


Las noches africanas mantienen la magia que ha atrapado durante milenios a exploradores y aventureros. Son noches claras, con millones de estrellas reluciendo en un cielo pulcro y vibrante. Noches que han iluminado a una de las más grandes civilizaciones, si no la más grande, que ha dado la historia, la civilización egipcia. Por eso mirar al cielo estrellado de la África más oriental tiene tanta magia, supone observar los mismos destellos y hacerse las mismas preguntas que se hicieron 5000 años atrás los primeros faraones. Líderes endiosados capaces de construir maravillas irrepetibles, que han extasiado a millones de humanos durante milenios.

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El viaje a Egipto suele consistir en un crucero fluvial por el Nilo y una estancia en el Cairo, y viene acompañado de calor y sueño. Dos ingredientes muy presentes el primer día en Luxor, la ciudad donde se inicia el viaje… Apenas dos o tres horas después de haber entrado en el camarote te despiertas, aún desubicado, para adentrarte en el interior de las tumbas de los Faraones. En Luxor, la antigua Tebas, está el Valle de los Reyes, el templo de Hatshepsut, el templo de Luxor, el templo de Karnak, los colosos de Memnón… y hay subidas corriendo hacia la tumba de la primera «faraona», y luchas de caballitos frente a colosos, y sobornos a guardias para fotografiar las tumbas, y zapatillas que se deshacen del calor, y muchos obeliscos, y 7 vueltas al escarabajo de la suerte, y centenares de mercaderes en las puertas de los templos, y saltos por encima del paseo de las esfinges… y tantas y tantas emociones que harían falta las 7 horas de visita matutina para narrar las 7 horas de emociones sin descanso.

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Las jornadas del viajero son extenuantes, y así fue el primer día, sin tiempo para asimilar tanta emoción matutina, cruzamos la esclusa de Esna, y empezó un espectáculo digno de la Fura Dels Baus. Varios botes de remo, empezaron a engancharse al nuestro barco y a lanzar productos a la cubierta (algunos iban directos a la piscina e incluso al río). Cada persona que, tras esquivar el impacto, cogía una de las bolsas era rápidamente incluida en un proceso de regateo incesable. Llegamos a la esclusa y los vendedores se multiplicaron, y en ese momento sin darme cuenta me vi envuelto en una negociación a distancia que acabó 30 minutos después, tras un intercambio constante de bolsas llenas de manteles, gritos, susurros desde 30 metros, gestos y maniobras náuticas… pasamos la esclusa y vuelta a enganchar al barco, renegociar y renegociar: acabé comprando un mantel enorme de gusto discutible con 12 servilletas por 5 euros. El mantel me salió barato, pero el circo me salió baratísimo.grupo 30 - copia

Poco después llegamos a Esna, y descubrimos otro de los secretos de Egipto, si ofreces dinero, te consiguen lo que quieras. Y así fue como probamos la sisha (cachimba de fumar) de fresa acompañada con unas cervezas frías que trajeron de no sé dónde… son árabes en su mayoría y alcohol no beben, pero por encima de religiones son comerciantes y con el dinero por delante te consiguen lo que quieras, en este caso cervezas. Y cuando ya pensábamos que nuestro primer día en Egipto no podía dar más de sí, acabamos con nuestros huesos frente al templo de Esna. Un templito pequeño y secundario lleno de heces de palomas y mal iluminado, pero perfectamente conservado gracias a su ubicación bajo en nivel de la tierra y sus muchos años oculto por la arena. 

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El segundo día nos llevó a Edfú, un templo precioso, pero en el trayecto está la belleza del viaje, y nuestro trayecto en Khalesa resultó desternillante. Baches, palabras inventadas, ruidos, risas, adelantamientos, atascos, vídeos, mercado… Momentos únicos que se repitieron poco después en Kom Ombo un templo dedicado a dos dioses, uno de ellos Sobek el maligno dios cocodrilo y el otro Horoeris el dios halcón. Alucinamos con los cocodrilos momificados, con los jeroglíficos de los utensilios que se utilizaban en los quirófanos de la época, y con que 4000 años después continúe funcionando el pozo medidor de la subida de agua del Nilo… y a la salida chilabas blancas, caja de botellas de agua en oferta, pulseras de escarabajos y listos para la noche temática y seguir degustando arroz con pollo en el bufé libre. Nos ajustamos nuestras recientes adquisiciones y con bandera española pintada en cara nos dispusimos a ver el España – Chile… ahora bien, tuvimos la «suerte» de hacerlo rodeado de chilenos, que celebraron con pisco la victoria de su «roja» mientras que a nosotros la derrota nos supuso una pequeña desilusión, nada que no solucione la inmensidad de la noche africana.

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El trayecto por el Nilo ayuda a eliminar calor, sueño y especialmente ahoga los pensamientos negativos. En ese sentido recuerda al Ganges y a su efecto purificador. Palmeras y plantaciones contrastan con el azul del agua y el ocre de las montañas de arena. Una paleta digna del mejor Renoir. Pero llega puntual a la cita la noche, el sol se despide muy lentamente del Nilo con rayos trémulos y casi sin darse uno cuenta llega la inmensidad. Poco se puede disfrutar de la noche, ya que a las 4 de la mañana sale el convoy hacia Abu Simbel. Escoltados por la policía atravesamos el desierto hacia el milagro de Abu Simbel, un conjunto de dos templos majestuosos que dejan sin respiración a los afortunados visitantes. Fotos prácticamente solos, risas, saltos, más risas, fotos ocultas y escondidas, bromas, bicicletas, impacto, color, magnificencia, belleza, silencio, amistad, Ramses II, Nefertari, lago, contraste y emoción indescriptible. Y viaje de vuelta hasta Aswan para seguir otra jornada interminable.????????????????????????????????????????????

En Aswan está la presa que regula la vida de Egipto, y en Aswan está el río limpio del que beben el agua los nubios. Oh alere, oh alere… al canto de bienvenidos en lengua nubia nos recibieron en una faluca, embarcación de vela ligera que nos propino otro momento de amistad impagable en el rio Nilo. Ese rio al que saltamos incesantemente desde lo alto de una motora cuando nos acercamos a la playa fluvial donde los locales se bañan y divierten. Momento infantil, cual niños pequeños en vacaciones playeras ninguno de nosotros quería abandonar el agua, pero acabamos haciendo caso a papa guía y abandonamos a regañadientes el magnífico momento «verano azul». Saltos y más saltos justo antes de subir a los camellos (algunos encabritados) y visitar un poblado Nubio, allí entre chabolas y tiendas de recuerdos aprendimos en su madrasa a contar en árabe. Té moruno, «nocilla blanca», hummus, sisha, tatuaje de henna, mucha crema solar y cocodrilos.

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Los cocodrilos que antes reinaban en el Nilo quedan ahora al otro lado de la presa, pero los nubios siguen aprovechando económicamente su piel. Así cuando algún cocodrilo pequeño queda atrapado entre sus redes, lo llevan al poblado y lo alimentan con restos de su comida hasta que se crece lo suficiente para ser vendido. Coger un cocodrilo en la mano, por muy pequeño que sea, es una sensación muy singular. Aún tuvimos tiempo de visitar el pulcro (en estándares africanos) mercado de Aswan esa misma noche y comprar unas camisetas de la selección egipcia de fútbol. Por la mañana otro templo salvado de las aguas de la presa (por los alemanes), el de Philae, antes de partir rumbo al Cairo desde un Aeropuerto casi desierto desde las revueltas que han llevado a drástica reducción del turismo en Egipto. Nos despedimos del delicioso y repetitivo menú del barco, aunque no conseguimos dejar de comer arroz con pollo.

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El Cairo es la ciudad más grande de África, y dicen algunos ránkings que la tercera más poblada del mundo. Nosotros fuimos directos a la plaza Tahir, epicentro de las revueltas y donde reinaba la tranquilidad y unas fotos enormes de futbolistas (Messi, Van Persie, un ídolo local y SERGIO RAMOS). Paseamos por las calles céntricas descubriendo la organización gremial que todavía impera en los barrios cairotas. Nos sentamos en una de esas terrazas donde los locales pasan las horas fumando shisha y bebiendo té, para reponer las fuerzas antes de seguir nuestro deambular. Y nos topamos con una de esas plazas donde quedan restos visibles de los enfrentamientos sufridos durante los últimos 3 años. Unos alambres de espino cercaban el paso a la explanada, tras los cuales unos chavales jugaban descalzos a fútbol.

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Absortos estábamos observando la estampa cuando uno de ellos, Ahmed, nos ofreció sumarnos a la pachanga. Hay idiomas universales y el del deporte, y más concretamente el del fútbol es uno de ellos, así que corrimos, sudamos, y reímos con los chavales en un momento que recordaremos siempre con un cariño especial. La noche aún nos deparó más emociones. McDonalds protegido con verjas, espectaculares grafitis en la sede de la American University, y tras cenar en el Estoril, un restaurante escondido y de aspecto sospechoso que resultó ser delicioso, nos subimos en un taxi.
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Los antecedentes son los siguientes: estábamos alojados en Gizah, pueblo de las pirámides, a unos 30 km del centro del Cairo, así que el taxi resultaba imprescindible en una ciudad plagada de coches; el tráfico es una locura en Egipto, los coches sólo encienden las luces por la noche cuando no ven nada, será para no gastar la batería; las carreteras son las que se pueden esperar de un país tercermundista pero adornadas con toneladas de basura; los coches son muy antiguos y no pasan revisiones; la gente cruza por las autopistas sin mirar; y ante la falta de orden en forma de semáforos o policías impera la ley del más fuerte, el sálvese quien pueda, y el tonto el último. Nos subimos por tanto en uno de esos taxis con el que pactamos un precio previo de 5 euros por el trayecto hasta el hotel.

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El taxista (Hamdi para sus amigos, entre los que no me incluyo) arrancó, y así empezó nuestra aventura. No tardamos en llegar a un gran atasco donde comprobamos que los carriles no existen y que dónde caben 3 caben 8, y tras pasarlo, y con el fin de recuperar el tiempo perdido (supongo), empezó una escena digna de Drive. Adelantamientos por los dos lados y por el arcén; coches con árboles saliendo del capó; frenazos, acelerones, esquivar todo tipo de vehículos como camiones, tractores y  excavadoras; viandantes kamikaces que cruzaban sin mirar la autopista… Asistimos estupefactos a un despliegue digno de un doble de Fast and Furios encarnado en Fernando Alonso, por un momento estábamos en Mónaco luchando contra el tiempo y los rivales… pero nuestro taxista le añadía picante y enviaba whatsapps, fumaba, y bailaba la atronadora música árabe que se fundía con nuestras risas nerviosas. Menos mal que nos dio por reír, y que llegamos vivos al hotel… le di 7 euros por el espectáculo y por haberme recordado que de vez en cuando es bueno rezar.

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Eran las 7 de la mañana cuando nuestra furgoneta se aproximaba a las complejo funerario de Gizah, más conocido como las pirámides. En ese momento estaba yo sentado detrás, en la derecha y casi como un acto reflejo mi mirada se fue hacia el exterior del vehículo. Mis pupilas sufrieron una repentina dilatación ante la maravilla que estaba contemplando, justo a mi derecha se levantaban las pirámides de Keops, Kefren y Micerinos. Ni que decir tiene que las pirámides impresionan, y más cuando las ves tranquilamente y sin mucha gente alrededor. En el interior de las mismas no hay gran cosa, aun así no faltó la foto dentro del sarcófago ni el agobiante trayecto hasta la tumba de Kefren. El cielo se alió con nosotros y a diferencia de los días posteriores, pudimos contemplar las pirámides en su máximo esplendor. Más de 4500 años y una perfección difícilmente irrepetible que deja sin aliento a cualquier forma de vida inteligente.

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La esfinge es simplemente la guinda del pastel, un monumento irrepetible ubicado en el que fue tal vez el único emplazamiento donde coincidimos con un grupo numeroso de turistas (había una convención mundial de la danza del vientre ese fin de semana en el Cairo). Hecho que nos llevó a valorar aún más la grandísima suerte que tuvimos de poder disfrutar de Egipto casi sin turistas. Pero no son las únicas pirámides que existen, más de 150 llenan la orilla occidental del Nilo, y entre ellas está la escalonada, la truncada y la pirámide roja. Tras visitar Memphis y una impresionante estatua de Ramses II el omnipresente, fuimos a Shaqara a ver precisamente estas pirámides. Allí a los pies del primer edificio de piedra de la historia, la pirámide escalonada, no podemos hacer otra cosa que admirar la pericia del ser humano. Lástima que esa inteligencia vaya en descenso, como dijo Murphy, el de la famosa ley: «La inteligencia en el planeta es constante, y la población va en aumento». Pues se ve que algunos policías turísticos confirman las teorías de Murphy y no tienen mejor faena que tirar una hora antes del cierre a los turistas que pasean por entre las rocas. Se lo explicamos bien explicado.

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El día nos dejó otras estampas como el paseo en burro a grito de cuñao de uno de nosotros, el burkini de las árabes en la piscina, los pepinillos sorpresa, las escenas coloridas de la mastaba, los chistes en la tumba de Titi y las pirámides iluminadas de noche. Siguiendo los consejos del guía, nos fuimos a ver el espectáculo de luz y sonido que cada noche ilumina las pirámides. El show vale 8 euros, y el guía nos recomendó acudir al Pizza Hut de enfrente, cuya terraza tiene unas vistas perfectas al espectáculo, e invertir el dinero en la cena en vez de en la entrada. Lo único en lo que no hicimos caso al guía fue en la cena, ya que preferimos comprar unos kebabs locales, nada que ver con los turcos, y comer en el jardín del hotel con una botella de vino español. Otro día agotador que acabó entre risas, mosquitos, y gatos en celo. Por cierto, que elegancia tan sutil la de los gatos egipcios. 

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Los japoneses están construyendo un enorme museo egipcio en Gizah dónde dar cabida a los innumerables tesoros que se encuentran almacenados en los fondos del actual museo egipcio, que hicieron en su día los griegos (se ve que se les olvidó eso de construir tras las pirámides). Hasta que ordenen, limpien y den brillo al enorme tesoro faraónico, se hace necesario visitar el vetusto y desordenado museo egipcio, jaula de tesoros desordenados y polvorientos. Nos impresiono casi tanto el exterior del museo como el interior. Choca que a escasos metros de la máscara de 11 kilos de oro de Tutankamón, junto a la puerta principal del museo, decenas de tanques se alineen preparados para intervenir en caso de revuelta. Al girar la cabeza se puede ver el edificio que albergaba la sede del partido de Mubarak, el partido Nacional Democrático, totalmente calcinado, y a la salida del museo, la tienda permanece clausurada tras el saqueo a la que fue sometida durante las revueltas. Un contraste enorme de nuevo entre las joyas de la antigüedad, y la realidad actual del país.

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Mezquita azul, ciudadela de Saladino, barrio copto, iglesia colgante, y mercado de Khan Al-Khalili con su correspondiente regateo. Aprender cómo se hacen los papiros, sentarte en una mezquita a escuchar los fundamentos del Islam, asistir a un «levantamiento» del mobiliario de las terrazas de los bares por parte de la policía, repasar cientos de cajas de nácar hasta encontrar la perfecta, brindar entre amigos mientras se degustan deliciosas berenjenas con salsa de granadas, charlar a la sombra de unas palmeras de las cuales dicen las escrituras que Jesucristo comió sus dátiles, pasear por calles adoquinadas atestadas de mezquitas… Vivencias que contadas pierden la intensidad, el olor y el sonido único del Cairo. Un lugar caótico y desordenado en el centro del territorio de un antiguo imperio, el egipcio, del que quedan muchos secretos por revelar y muchas cosas que aprender. 

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Si tenéis la oportunidad no dudéis en ir a Egipto, el aire que deambula por los restos de una civilización os atrapará en un espiral de emociones inigualables, el reflejo de la luz en el agua del Nilo penetrará en vuestras pupilas hasta llegar a los rincones oscuros de vuestras entrañas, y la caricia de la arena eterna agitará cada poro de vuestro cuero cabelludo. Un viaje irrepetible que repetiré, aunque dudo que la perfección del primer impacto pueda ser jamás superada.???????????????????????????????

Pd. Gracias a todos los que me acompañaron en el viaje, por haberlo convertido en maravilloso. Si alguien quiere una versión menos personal de la experiencia egipcia, aquí tiene un artículo muy recomendable.

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2 comentarios de “Mi inolvidable viaje a Egipto

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